Durante más de treinta años, un férreo sistema de regulación del contenido cinematográfico puso a los profesionales del momento al límite de su ingenio con el fin de evitar que sus films fueran presa de la censura. A pesar de ser un indudable período de represión, esta necesidad de esquivar la tijera, hizo aflorar toda una serie de recursos, de dobles sentidos, de referencias veladas. En determinados casos y en géneros como la comedia, dio pie a la sugerente habilidad de no mostrar o no decir abiertamente aquéllo que resultaba obvio. El código Hays fue un conocido reglamento que estuvo vigente desde 1934 hasta 1968 y fue concebido por William H. Hays, miembro del partido republicano y el primer presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América –MPPDA–.
El cine, como toda expresión artística, no tardó en generar polémica. En plena década de los años veinte, a los controvertidos argumentos que pudieran aparecer en pantalla, se sumaban los escándalos de actores y directores fuera de ella. La prensa sensacionalista de la época fue un hervidero con todas sus explosivas tribulaciones, plagadas de asesinatos, de drogas o de muerte. La meca del cine fue representada nada menos que como un escenario de depravación e inmoralidad. Entre los sucesos más sonados, encontramos el de la supuesta violación y posterior fallecimiento de la desconocida aspirante a actriz Virginia Rappe a manos del cómico Roscoe Arbuckle. También fue muy divulgado el divorcio de la entonces célebre Mary Pickford, de su primer marido Owen Moore, mientras mantenía un romance con Douglas Fairbanks.
Con el propósito de evitar la intervención gubernamental y favorecer la autoregulación, los jefes de los estudios cinematográficos decidieron crear en 1922 la MPPDA, posteriormente denominada MPAA –con la finalización de la Segunda Guerra Mundial– o Asociación Cinematográfica de Estados Unidos. William H. Hays fue nombrado su presidente y se le encomendó la misión de restablecer la buena imagen de Hollywood y, a la vez, dictaminar la moralidad de sus películas.En 1929, con la ayuda del editor católico Martin Quigley y del sacerdote jesuita Daniel A. Lord, se elaboró el código de normas que, después de ser revisado por los dirigentes de los estudios, fue finalmente adoptado por la MPPDA en 1930. En primera instancia se le denominó The Production Code y más adelante fue nombrado para la posteridad como The Hays Code. Además de unos preceptos aleccionadores generales, enfocados en preservar la moral de las películas, se trazó una enorme lista de pautas de vigilancia que tenían en el punto de mira el sexo, especialmente, la violencia o la blasfemia.
De este modo, las escenas de pasión quedaron reducidas a la mínima expresión. Manifestaciones como besos y abrazos debían eliminar todo rasgo de lascivia y, por supuesto, cualquier escena explícita. En particular los besos se convirtieron en algo tan casto que incluso eran cronometrados, sólo podían durar unos pocos segundos. El matrimonio como institución también debía ser protegida, muestra del carácter moralizante de las normas. Los crímenes en pantalla debían mostrarse sin exhibir toda su brutalidad y el uso de las armas quedaba reducido al mínimo indispensable. El empleo irreverente del lenguaje, especialmente si era percibido como una ofensa a la religión, era eliminado. Estos son algunos ejemplos de las restricciones que marcaba el código y que obligaban a los cineastas a soslayar toda referencia evidente.
Otras normas además resultaban de lo más rocambolescas, sobretodo las más curiosas tienen que ver con el desnudo. En este sentido, la mujer, su vestimenta o la falta de ella; eran supervisados minuciosamente. Las transparencias o telas que destacaran en exceso sus formas no estaban permitidas y el ombligo no debía mostrarse bajo ningún concepto. Los hombres también eran motivo de censura, pues se consideraba lascivo mostrar el vello en el torso y no era aconsejable exponerlo. Estas observaciones tienen que ver con el carácter más inflexible de los censores pero aún siendo exageradas, dejaron una larga estela de puritanismo que todavía hoy en día conserva el cine estadounidense.
Durante sus primeros años de vigencia, se observó el código con cierta permisividad y ello favoreció a ciertas producciones que lograron esquivar sus directrices. En plena era de la Gran Depresión, los estudios no podían permitirse más pérdidas, por eso fueron reacios al principio a adoptar una serie de medidas que afectaban directamente a los géneros de moda, como las películas de gángsters o las comedias. Sin embargo, las amenazas de boicot por parte del sector católico de la sociedad americana y la retirada de fondos por parte algunos inversores influyentes, obligaron a los estudios a acatar el código en firme a partir de 1934. Estos años se denominaron como el Pre-Code Hollywood.
Algunas de las películas que sortearon de algún modo la censura en estos años fueron, entre otras, ‘El ángel azul‘ (‘Der blaue Engel, Josef Von Sternberg, 1930) con una sensual Marlene Dietrich. Otros ejemplos comprenden la película ‘Carita de ángel‘ (‘Baby face’, Alfred E. Green, 1933), con Barbara Stanwych usando abiertamente sus encantos para ascender socialmente; o ‘El signo de la cruz‘ (‘The Sign of the Cross’, Cecil B. DeMille, 1932), centrada en la época del emperador Nerón, interpretado por Charles Laughton, se muestran sus excesos de forma manifiesta.
Varios de estos films Pre-Code sufrieron la carga de la censura después de 1934. Un ejemplo es la película ‘Adiós a las armas‘ (‘A Farewell to Arms’, Frank Borzage, 1932), protagonizada por Gary Cooper y Helen Hayes, fue recortada a posteriori, de manera que sólo se conserva su versión censurada. Otros profesionales afectados por el código fueron los hermanos Marx –conocida es la audacia de sus diálogos– o algunas actrices, como Jean Harlow o Joan Blondell, sobretodo ésta última fue vetada en numerosas ocasiones.
Sin embargo, algunos creadores encontraron de algún modo en la severa vigilancia del código, un aliciente para retar su ingenio. Y es que, en muchas ocasiones, las dificultades son un estímulo para el que no se rinde ante ellas. Por eso maestros como Ernst Lubitsch o Alfred Hitchcock, supieron sortear la censura con su irrepetible talento y desarrollarlo de manera impecable. Sus fantásticos diálogos o las acciones detrás de una puerta cerrada, son dos de los hitos de la magia de Lubitsch. También es particularmente insuperable la célebre secuencia del largo beso interrumpido –recordemos que los besos sólo podían durar tres segundos–, en la que Cary Grant y Ingrid Bergman nos ofrecen una de las escenas más íntimas de la filmografía de Hitchcock en la maravillosa ‘Encadenados‘ (‘Notorious’, Alfred Hitchcock, 1946).
A la postre, la demanda de tramas más realistas y la evolución de la sociedad americana, dictaminó la desaparición del código Hays a finales de los años sesenta. Esta conclusión dio paso al sistema de clasificación por edades que se conserva hasta hoy en día. Además de observar esta etapa de la historia del cine como una época marcadamente restrictiva en muchos aspectos, también debe apreciarse con admiración por el talento de tantos cineastas que convirtieron en irrepetibles sus maniobras de despiste. A pesar de que hoy en día se haya perdido bastante esta capacidad de sorprender al espectador y confiar en su intelecto –también los tiempos han cambiado–, lo que la tijera ha separado, que lo recupere el hombre.
Fuente: SpinOf