“Desde antes que entráramos a trabajar acá con mis primos, ya había una bola de clientes a los que no les cobramos. Quién sabe porqué. Pero esos pasan ya de a gratis”.
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Testimonio de un anónimo en crusing.mx: “Pareciera que asiste todo tipo de gente pero no es así: todos son closeteros, buena acción. Las dos veces que he ido me la han mamado en las bancas de hasta atrás y se ponen a mirar los demás asistentes. Van vatos chidos, la segunda vez me la mamó un chavo como de 22, buen cuerpo, me dijo que iba en medicina. Y una tercera vez me la mamó un vato moreno. En los baños te dejan hacer de todo y el ligue se da parados, luego ya se van a sentar y hacer de todo. Recomendable”.
Testimonio de “Miguel” en cruising.mx: “Vengo llegando del cine y estuvo delicioso, me la chuparon y pude coger de lo lindo; había poca gente pero el chavo que me llegó sabía cómo moverse”.
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El cine está en la Calle Eduardo Ruiz, donde queda el esqueleto de la Central Vieja y la famosa Cueva de Chucho. La calle es ya una zona cero. Hay prostitutas en cada esquina y está lleno de lavacoches que venden droga y la consumen. Cerca del cine están los tacos La Burbuja, famosos por baratos, por no cerrar y por ser un punto de reunión para aftereados, crudos, buchones, travestis, gays, prostitutas y sus clientelas.
En frente están los baños, saunas y vapores, ya bien conocidos por la escena gay de la ciudad. Hay hoteles de caché y de paso. Detrás de La Burbuja, está el Salón Arena. Famoso por ser el lugar de la Lucha Libre en Morelia y los conciertos de cumbia, salsa, románticas y hasta metal o regué. Un foro épico. Luego sigue una cenaduría, unos abarrotes y una sex shop coloreada con neón rosa.
Todos en Morelia saben que esa calle está hecha para ciertas personas, con ciertos gustos y, por eso, algunos mejor ni se acercan. Ahí, justo entre un hotel y los vapores, está el cine arcadia que ya lleva más de treinta años ofreciéndole porno a la ciudad.
Y todo a cuatro cuadras de La Catedral y su encendido cada sábado.
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Estacionarse frente al cine es toparse de golpe con el letreto “cine arcadia” en minúsculas y color rojo. Cuando uno se acerca ya sabe de qué va esto. Está la taquilla, luego la dulcería y más a la izquierda hay unas mesitas para esperar gente o comer algo. Cuando llegué estaba un travesti moreno y flaco ahí sentado. Traía unos tacones de aguja, medias negras y se veía atascado de metanfeta. Tendría unos 25 años. Temblaba mucho. Se le quedaba viendo al piso.
En medio hay dos anuncios grandotes con un hombre y una mujer desnudos. Les tapan sus partes tres X negras. En la taquilla, detrás del cristal, hay un señor calvo con el nombre del cine bordado en su playera. No le molesta ni le da pena hablar de su trabajo. Hablan hasta con orgullo de tener el cine en pie. Pero eso sí: ni madres de poner mi nombre, eh, me dijeron todos. Entiendo.
Luego de pagar el boleto te topas de frente con la dulcería. Y no está de adorno. Está bien surtida: cacahuates, chocolates, palomitas, sabritas, refrescos, chicles, maruchans, recargas telcel, cigarros sueltos y travestis. Sí, mejor surtida que muchas otras. Y más barata. Consumen mucho. No venden ni condones, ni alcohol, ni droga. No es un hotel, me dicen. Y droga nunca. De esa nunca. Recalcan mucho eso. Adentro sí encuentran focos quemados o bolsitas con la cruz morada, pero eso no lo compran ahí en la dulcería, me dicen.
Hay un cartelito escrito a mano: “Si va a salir y piensa regresar, favor de avisar. De lo contrario se le cobrará nuevamente boleto”. Y un montón de hombres salen y regresan. En lo que estuve ahí entraron unos 40 hombres. Y una sola mujer, acompañada de un señor. Sin exagerar. Me cuentan que al día, jodido jodido, van unas 80 o 90 personas. Les creo.
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Entrevista al chavo que lava los baños, atiende la dulcería y pone las películas.
Tengo 19 años. Entré a trabajar aquí a los 18 o algo así. Al principio era choqueante ver todo esto. Pero ya ahorita no. Me acostumbré. El cine es una fuente de trabajo para nosotros. Yo atiendo la dulcería y lavo los baños. También pongo las películas. Gano 150 pesos el rato que voy. Seis horas, nomás. Gano bien. Cerramos a las doce de la noche. A esa hora sacamos a los clientes. Ya se la saben, nadie reniega. Nos tratan bien aquí en el trabajo. ‘Ora en Navidad cerramos como a las 11. Hasta me dieron mi aguinaldo. Ya sé que hay gente bien sola esos días: Me imagino que es muy deprimente. Yo pienso que la gente que va mucho ya se ven como una familia.
Casi toda mi familia está metida en el negocio del cine. Estuvieron en el Sindicato de Cinematografía. Hace poco todos andaban allí en Cinépolis. Mi tío era administrador de todos los Cinépolis de aquí de Michoacán. Y ahora es el dueño de acá del Arcadia. Invirtió en el cine por negocio. Nada más por negocio. Y la familia lo entiende, porque están acostumbrados.
Todos los que trabajamos aquí en el Arcadia somos de la misma familia. Menos uno, pero ése es amigo de la familia. En total somos seis personas trabajando en este cine. Nuestra labor es mantener el cine limpio y presentable para la clientela que sea o la gente que llegue. No nos metemos con lo que pase ahí adentro. Eso no nos interesa.
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-¿Quién compra las películas?
-Hay un encargado que nos surte el material.
-¿Hay un güei que es diler de porno?
-Sí, ándale. Casi un diler.
-¿Es un experto, entonces?
-No, no ocupa ser experto. Nomás con que tengan cierta duración las películas y ya. Es contenido totalmente XXX, ya nada es erótico.
-¿Tipo Youporn?
-Sí, ándale. Es lo que les gusta ahorita, we. Y cuando ponemos películas bisexuales es cuando comienza a jalar un montón de gente.
En la cartelera no hay ni decoro ni exageración. Cualquiera puede pasar a ver los títulos que se exhiben. Incluso hay una mampara especial con los posters de las películas. Chichis al aire, casi en todos. Cuando fui por primera vez estaban pasando Big Ass Fans, una película de negras y blancas traseronas. Casi todas grandotas y con estrías en los muslos. Mucho sexo anal. Y muy poca gente atenta a la película. Casi todos ocupados lamiéndose o tocándose. Los que no hacían nada de eso, solo estaban mirando a los otros. En sí, a la película solo la estábamos viendo dos o tres personas. Casi nadie se preocupaba por lo que estuviera pasando el proyector. Total, como ya me habían contado, el show no está en la pantalla: está en las butacas.
La primera vez que fui, tenía unos 18 años. El cine era algo muy distinto. Lo han mejorado mucho. Antes proyectaban las películas en una sábana blanca o algo parecido. Y el olor no era asqueroso, pero olía a humedad y mugre. Ahora inhalar no es nada parecido, no huele a nada. A lo mucho, me dice el chavo de la dulcería, llega a oler a cama de puberto.
Luego seguía otra película, Pretty Facials. En lo que cambiaron de devedé prendieron las luces. Todos se pararon de sus lugares y agacharon la cabeza o se salían a la dulcería. Luego pusieron música: banda sinaloense a todo volumen. Tronaban las bocinas.
El chavo que limpiaba los baños llegó con una cubeta y trapeador, y me dijo que fuéramos rápido a que viera los baños.
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Apenas entramos y estaban dos señores dándose sus besos. Y ya tenían una bola de hombres viéndolos de cerca. Cuando nos vieron entrar, se fueron o se voltearon. Luego me contaron que ahí hacían planes para irse a los vapores que quedan cerca, en esa calle. Otros ahí mismo se recalentaban para ir a atenderse a las butacas. O ahí, para que todos vean. El piso tenía envolturas de condones a lo cabrón. Todas las marcas. Y hasta eso, educados. Casi todos los condones usados estaban en el bote. Uno que otro junto al lavamanos. Y eso que era el baño de mujeres.
Los baños estaban ya madreados por el tiempo, los vidrios estaban rayados, los olores eran fuertes y las tazas llenas de orines hasta el borde. Muy parecidos a los baños de Ingeniería Civil de la Universidad Michoacana.
Pero lo más interesante eran las paredes. Montones de anuncios y ofertas:
“Quieres verga mamy. Te cojo sabroso y rico. 44.32.42.08.6#. no inporta tu edad o fisico”.
“45.25.26.9#.##. Soy travesti de uruapan”.
“Pasivo 100% busca activo. MJ”.
“Llamame. 44.32.50.34.1#. Discreto XFA. Soy doctor”.
Cuando pasamos al baño de hombres estaba un señor tocándose, le dijeron que se fuera para poder limpiar en chinga. Tardó en salir. Se nos quedó viendo bien encabronado y cuando le dije buenas noches, se asustó y se fue corriendo a las butacas. Tenía los ojos hinchados y el pantalón desabrochado. El chavo limpió rápido y se rió por verme anotando las ofertas de la pared. Según él, nadie de ellos se fija en esos detalles, casi no quieren entrar a los baños mientras haya clientes. Les dan su espacio, dicen. La mayor privacidad que se pueda. Para eso pagan. Y nos fuimos al cuarto de proyecciones.
Todo el rato que estuvimos en los baños, un señor gordo y canoso no dejó de verme con su jeta de niño hambreado.
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Arriba está el cuartito de proyecciones. Todo está arrumbado y lleno de cubetas. El lugar ya fue hace mucho. Todavía se conserva el proyector antiguo. Está grandote y gris. Impone. Les pregunté y ningún trabajador sabe si funciona todavía. Ahí se empolva, mientras. En frente están dos proyectores modernos. Digitales. Estamos en la era digital, hermano; me dijó el chavo, bien orgulloso. Uno para no sobrecalentar al otro. Y ahí está un devedé y una telesita para checar que la película entre a tiempo. Puso la película y adelantó los anuncios de al principio. Y chequé que eran bien pero bien puntuales con los tiempos.
El tiempo es bien importante. Las funciones están cronometradas. Los clientes se quejan si no empiezan a la hora que debe de ser.
Al fondo del cuartito de proyecciones está una caja grandota y llena, hasta el tope, de devedés porno. Muchísimos y de todo tipo. Arrumbados ahí. Me dieron chance de chequear las portadas. Hay muchas películas de interrracial, muchas de filias específicas: sado, oral, anal, gang bang, muchas de lesbianas y más todavía de bisexuales. De esas sí hay un chingo. Son las que más gustan aquí, me remató. Se llena los sábados que hay de ésas. En la portada de una estaba un hombre con las chichis operadas y maquillaje de mujer, unas uñotas de buchona y, mientras él chupaba, lo penetraban por atrás.
-¿Qué hacen con ellas?
-Pues ahí están.
-¿No las venden?
-No. Pues nomás ahí las arrumbamos.
-Deberían venderlas.
-Sí, lo he pensado. Son un montón y nadie las pela ya.
-Sacarías un varote afuera del Salesiano.
-Oye, sí. Pa no tenerlas acá amontonadas.
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Los clientes cambian en cuanto entran. La timidez se queda en otro lado, se queda en la banqueta. Adentro se pasean como si fuera su casa. Y, en parte, lo es. Andan plática y plática entre ellos en lo que ponen la película que sigue. Muchos hasta hacen fila para comprar cigarros y palomitas, como en cualquier cine. Otros se carcajean en la entrada y fuman. Echan ojo.
Luego hay unos en filita entrando por la puerta de la derecha. Esos, me cuentan, son los que van nada más a que se las chupen. La fila tendrá unas 20 personas esperando. Hay de todo: señores canosos, cholos tumbados, travestis, rancheros, albañiles con la mano gris, chavitos de unos veinte años con la pestaña pintada, viejitos de varo.
No debí llevarme mi bloc de notas amarillo. Nomás lo veían y se volteaban para otro lado. Deshice la fila nada más con pasar ahí. Luego se volvió a armar y más grande. Los vi desde arriba en lo que ponían la otra película. Cuando empezaron a bajarse los cierres me fui para darles la privacidad por la que pagaron sus 40 pesos.
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Existe la idea de que la soledad los hace pasarse ahí todo el día. No es que estén solos en sus casas. Muchos son casados, abuelos, padres, tíos o sobrinos. Gente normal que oculta sus gustos. Más bien, se sienten solos y aquí es donde pueden desatarse y ser como quieren ser con personas como ellos. Vienen, se van a comer, luego regresan, luego se van a ver a sus familias o algo así. Y regresan en la noche por más. Son personas muy inseguras, lo he analizado, me dice el chavo de la dulcería. Es medio triste, dice después.
Y viene de todo tipo de gente de Morelia. Y mucha, mucha gente de pueblitos. La clientela, fíjate qué raro, me dice, bajó mucho cuando demolieron el Seguro Social que estaba aquí cerca, por el Monumento. Llegaban muchos rancherillos. Como que entre ellos se corrían el rumor en sus pueblos. Y llegaban todos temerosillos. Sobre todo los domingos. Venían, pues, de cuidar a sus familiares ahí en el hospital o porque les tocaba su cita, yo creo. Desde que lo demolieron bajó de unos 200 el domingo a unos 130 que llegan ahorita. Su capacidad es de 300.
Incluso llegan bien vestidos. La zona es pobre, pero va gente de dinero. De diez que entran unos siete son de varo, dice el chavo, en lo que abre la cajita de la película. Llegan en unos carrazos. Igual señores bien grandes, pero también entran chavos.
Dicen que no saben cómo se manejen allá adentro las cosas. Quizá se cobran dinero entre ellos. Quién sabe. Igual y tienen su red de prostitución, me dice de broma. Igual y ni tan en broma, le digo.
Pero en algo sí son muy serios y tajantes: no aceptan menores de edad. Ninguno. Siempre piden el IFE y lo revisan bien atentos. Imagínate el pedo en el que nos meteríamos si entra un menor, me dice, bien pálido.
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Anécdotas:
1. “Un viejito bien amable, jorobadillo, viene y siempre pide sus palomitas. Ve la película y se va corriendo. Se despide como a las 7:30 y nos dice que hasta mañana, porque a las 8 le cierran el asilo. Uno que está ahí cerquita”.
2. “Hay un señor que se ve de dinero. Ya canoso, llega en un carro bien. Siempre viene con un paquete de salchichas, de esos six pack de FUD y un plátano. Es de los clientes frecuentes. Siempre se sienta hasta adelante. Ni sé qué haga con eso. Yo cuando voy a barrer ya nomás está el paquete de plástico y la cáscara ahí tirados”.
3. “Un chavo siempre viene y se me queda viendo acá en la dulcería. Me dice que cómo me llamo. Que si quiero ganarme un dinerito extra. Le digo siempre que no, pero sí tengo que soportarlo. Se me queda viendo como una media hora. Luego, se da la vuelta y se va. Ese me da cosa”.
4. “Luego sí me encuentro gente bien pesada de la ciudad aquí en el cine”.
5. “Desde antes que entráramos a trabajar acá con mis primos, ya había una bola de clientes a los que no les cobramos. Quién sabe porqué. Pero esos pasan ya de a gratis”.
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-¿Y cómo está el asunto de las mujeres?
-No, pues a veces vienen grupitos de chavas a ver cómo está esto. Por morbo, pues. Pero se espantan y ya ni vuelven. Mucha gente viene así, a ver qué onda. Es tabú este cine.
-¿Lesbianas?
-Casi no. Hay mucho cabrón nada más viendo cuando entra una vieja. Así, casi al acecho. Y esos sí son los que dan ganas de correrlos, la neta. Pero son clientes ya fijos, siempre van. Y no podemos sacarlos.
-¿Entonces, su trabajo es mantener a esos clientes?
-Pues sí. Osea, nuestro trabajo en sí es que el cine esté bien. Que esté presentable para la clientela.
-¿O sea que no se ponen especiales para dejar entrar cierto tipo de personas?
-No. Pero eso sí: no aceptamos menores de edad.
-¿Pueden meter alcohol o drogas?
-A veces vienen con bolsas negras llenas de cosas. Nosotros ni preguntamos qué meten. Es cosa de ellos.
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Mucha gente usa el cine para no pagar hotel.
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Los días después de Navidad y Año Nuevo la sala está llena, hasta con gente de pie.
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Ningún cliente quiso platicar conmigo. Si quería mi entrevista tenía que darles algo a cambio.
Fuente: Satélite Media